>> Descargar el relato en Documento de Word Inicio aquí, con todo el cariño del mundo hacia Juanma (de ahí las confianzas que me pienso tomar en esta crónica, dando por hecho que me las aceptará. Que ya lo sé que sí, pero si no, oye ¡ajo y agua!) el relato de los hechos acontecidos el fin de semana de su boda. Por cierto, que hay que reseñar que me he decidido a escribirlo tan personalmente y en un tono tan desenfadado después de las peticiones que me hicieron con este fin los hermanos y cuñados del novio: Feli, Alberto, Manolito... ¡sobre todo va por vosotros! (aunque aquello fue el domingo a la mañana en plena resaca de la boda... no sé yo si ahora seguirán pensando lo mismo, jeje). Bueno, pues empecemos: En el puente de Todos los Santos de 2004 tuvo lugar, por fin, la boda del señor don Juan Matías Hernández del Arco. Después de tanto tiempo esperando a que el soltero de oro de Bogajo pasara por la vicaría, parecía mentira que al fin se nos fuera ya a casar. Y es que el muy mamonazo se lo tenía bien calladito. Yo mismo le había preguntado en San Juan de ese mismo año que a ver cuándo nos llevaba de banquete, y me aseguraba que no había ninguna prisa, que si era por eso, ya podía esperar sentado. Y la cosa es que escasamente dos meses después de aquello, a finales de Agosto, llaman a mi casa para invitarnos al enlace (¡tendrá cara el tío!). Para ser sinceros, hay que decir que a mi no me pillaba por sorpresa, porque me lo había soplado su sobrina Pili (desde aquí un saludo, prima!) un par de días antes, cuando Juanma se lo anunció a sus padres (¡No hay nada como tener espías infiltrados por ahí...!). Según parece los hechos se precipitaron, ya que la primera idea era arreglar la casa que habían comprado en la calle de la Cuesta, y después casarse; pero después encontraron en Cerralbo una casa en alquiler para ese tiempo, y decidieron adelantar la fecha. Sea como fuere, la cosa es que ese momento tan esperado por toda la familia en el que el rompecorazones de Bogajo sentara la cabeza estaba a punto de llegar. Y la culpa la tenía Ana Rosa, una mujer de Cerralbo con la que llevaba saliendo algunos años. Yo no conozco la historia de cómo comenzaría la cosa, pero tampoco es muy difícil de imaginar: ¡ya se sabe que el que va a Cerralbo va a por algo! Bueno, pues la cosa es que Ana acabó convenciendo a nuestro Don Juan (habrá que preguntarla cómo lo hizo), y el sábado 30 de Octubre tenían reservada cita en la parroquia del pueblo de la novia. Yo inicié la aventura el día anterior: después de comer en mi casa el viernes partí en coche desde Bilbao. Durante el viaje no veía la hora de llegar, y más aún cuando a unos 15 km antes de llegar a Bogajo, a la altura de Viti, me llamó al móvil la confidente anteriormente mencionada para ver qué pasaba, que cuando tenía pensado llegar (bueno, y también para liar a mi hermana Esther a que leyera con ella en la ceremonia). Entramos en el pueblo, y como después pude comprobar en mis propias carnes, debía de hacer mucho frío, porque por las calles no pasaba ni un alma. Mientras descargaba el coche vi un bulto a lo lejos: era como un abrigo con piernas, y a esas horas y con ese frío pensé que sólo podía ser una persona. Solté una voz, y me contestó, efectivamente, mi prima, que desde la llamada había andado pendiente para oír si pasaba algún coche. Después de los abrazos, besos y demás saludos de rigor me dirigí a cenar (que no estaba el tiempo como para quedarse mucho rato a la intemperie. Por lo menos esa noche, la siguiente sería ya otro cantar). Tras dar buena cuenta de la cena, y comprobar durante ese momento con la familia que el tema sobre el que iban a girar todas las conversaciones ese día era la tan esperada boda, tocaba ya hacer la visita de rigor a Tito's. Allí también, por supuesto, sólo se hablaba de una cosa; y más aún cuando poco a poco fueron llegando los familiares directos y demás invitados al acontecimiento, que aunque fuera el día anterior, ya venían con ganas de juerga. Allí fue donde, viéndoles trapichear y poniendo un poco la oreja, uno se percataba de las judiadas que tenían pensado hacerle al bueno de Juanma al día siguiente. Pero era necesaria información veraz y de primera mano para después poder hablar aquí con conocimiento de causa, por lo que cogí por banda a Feli, el hermano del novio, para confesarle (yo, por medio de mi confidente, ya sabía que había intenciones de tapiarle con un muro de ladrillos la puerta de casa, o alguna cosa así), y éste me contrastó la información: me dijo que lo primero que haría al día siguiente es ir a echar doble ración a las vacas, que para ellas también tendría que ser día de fiesta; y que después, que él supiera, le tenían preparadas por lo menos tres historias, aunque sólo me confirmó la que yo ya conocía de taparle la puerta. Y así fue como acabó aquel día, llevando para casa unos cuantos kilos del peor arroz que vendía Tito, después de haberle estado haciendo gasto tomando unos chismes junto con los invitados que al día siguiente serían compañeros de jolgorio (y posteriormente de resaca); y con los colegas que habían ido ese puente al pueblo, que, fíjate tú por dónde, también habían ido apareciendo espontáneamente allí (y al que no lo hizo por propia voluntad le hicimos bajar, sacándole de la cama a telefonazos al ver a su padre tomando vinos). A propósito, un día de éstos habrá que estudiar cuál es y de dónde proviene la misteriosa fuerza que hace a todo el mundo acudir al bar en cuanto se llega al pueblo... Bueno, pues a lo que íbamos: el día siguiente, el señalado, amaneció para mí a eso de las diez. Tras desayunar, vestirme, acicalarme y demás procesos necesarios para ir algo decente a la tan esperada boda, descubrí que mi primo Christian, a sus siete añitos y con todo su morro, me había copiado los pantalones (¡después de lo que me había costado ponerme guapo para el acontecimiento!). Después de digerir el disgusto, acudimos al convite previo en la casa de los padres del novio, y desde allí todos los asistentes partimos en caravana hacia Cerralbo, que ya iba dando la una e iba a empezar la misa. En esos últimos momentos en Bogajo se vieron meneando por los maleteros de algunos invitados ladrillos, monos de albañil, paletas, sacos de yeso y demás instrumentos totalmente necesarios e imprescindibles en cualquier boda que se precie... (aparte de las latas, claro está). Tras el viaje de ocho kilómetros, llegamos al municipio de la novia, y allí le plantamos al cura los coches en los jardines de alrededor de la iglesia (¡vamos, que ni los del Dakar!). Al rato apareció ella, llenando la calle con su presencia. Saludó a la afición que la aclamaba, enganchó a Juanma del brazo y lo metió para dentro del templo (no fuera a ser que éste se arrepintiera a última hora). La misa fue memorable, no sólo por la carga emotiva que tiene cualquier boda, sino porque además nos tocó de cura a un showman: a Ana la llamó Elena hasta en tres ocasiones, con el consiguiente murmullo de los asistentes (y eso que también la llamó por su verdadero nombre por lo menos una docena de veces); a la hora de realizar una oración en honor a la virgen de Cerralbo, soltó la pulla de que los de Bogajo también la querían adorar, pero que era suya (ahí si que se armó gorda y hasta tuvo que pedir silencio para poder continuar con la eucaristía. Y normal que se armara: según me enteré después resulta que la historia venía de lejos. En cierta ocasión hace bastantes años debió de haber una sequía muy larga en la zona, y la gente salió en procesión con las imágenes de la iglesia de cada municipio para pedir que cayera algo de lluvia. Pues bien, la cosa es que cuando la procesión pasaba por Cerralbo debió de empezar a diluviar de mala manera, y los de Bogajo, para evitar que la imagen de la virgen que habían llevado se estropeara, en mala hora decidieron meterla en la iglesia de Cerralbo para protegerla del agua. Y ya os podéis imaginar el final: por lo que fuera después los de Cerralbo no quisieron devolverla, y allí continúa hoy en día después de que nos despojaran de ella de forma fraudulenta... y encima tuvimos que aguantar al párroco allí azuzándonos con bromitas sobre la hazaña. ¡Menuda gresca armó el hombre con la ocurrencia!). Bueno, la cosa es que al final continuó la misa como pudo, y le dio por decir que llevaba poco tiempo destinado en Cerralbo, y que era el primer enlace que oficiaba allí. Dijo ser amigo de Juan Carlos, el cura de nuestro pueblo, que por aquel entonces también era nuevo, y que le tendría que preguntar si él ya había casado a alguien. Entonces Paco Ciri resolvió la duda a todos los asistentes diciendo en voz alta que no, sobre el murmullo general, y el párroco terminó la misa con las siguientes santas palabras: "¡Pues entonces le he ganado! Demos gracias a Dios". También hay que resaltar un par de cosillas más: la primera, aunque mi hermana me vaya a matar por esto, su gran actuación al hacer las lecturas antes del Evangelio, en las que se olvidaba todo el rato acabarlas con el "Roguemos al señor", con la consiguiente confusión entre la muchedumbre que teníamos que contestar con el "Te rogamos óyenos"; y la segunda la lectura de Azucena que venía a decir algo así como "Yo soy la vela que está entre vosotros desde el primer día, y seguirá allí en todo lo que hagáis de ahora en adelante..." y entre todas las cosas que enumeró a mí se me quedó grabada sobre manera la de "Yo soy la vela que estará allí el día que tengáis hijos". Ya, ya sé que estábamos en misa y todas esas cosas, pero es que lo dijo de una forma que fue imposible que no saltaran risillas por allí entre los invitados. Bueno, eso entre los que estaban, porque alguno se perdió el "Sí, quiero" (el de la novia, porque por mucho que asegure Juanma que él también lo dijo, yo no lo oí. Será que estaba tan acojonado que no le salió más que un hilillo de voz), por estar haciendo horas extras de albañil. E incluso hubo alguno, que con toda la cara del mundo, salió en medio de la misa para supervisar la obra después de haber realizado una lectura durante la misma... Y lo mejor fue la forma de huída, cogiendo por el brazo a su sobrino Iván, de tres años, y sacándolo a la fuerza. Pero encima con una expresión en la cara así como queriendo decir "es que llora el chaval, y no es plan de estropear el acontecimiento". Joder Feli, ¡qué rostro tienes! Por fin, después de que el Ciri diera su bendición, terminó la misa y salimos al atrio a aprovisionarnos y reservar buen sitio para el lanzamiento del arroz. Pero los novios se la olieron, y tardaron en salir un rato largo pensando que así nos aburriríamos, y para cuando salieran ya se nos habrían ido las ganas. Nada más lejos de la realidad: consiguieron, eso sí, que la batalla comenzase sin ellos, lanzándonos el arroz a diestro y siniestro entre los propios invitados que ya estábamos fuera, y a los que iban saliendo de la iglesia antes que los novios. Pero de todas formas quedó suficiente para poder dar un buen bañito a los protagonistas, e incluso para que alguno que me la tenía guardada desde su boda, se vengara por anteriores batallas (¡y vaya si se vengó! Manolito, tío, seguro que me echaste más arroz que a los novios...). Tras acabar con las provisiones de arroz vino lo de hacerse las fotos (eso sí, ya con los albañiles, que habían vuelto después de hacer su trabajo, y les pilló la salida de misa limpiándose las manos y desarrugándose las corbatas después de haberse quitado los monos que se habían puesto por encima para hacer la chapucilla. Eso sí, comentaron que tuvieron que superar para ello condiciones adversas, porque las vecinas de la novia les habían querido impedir la operación). De mientras llegó a la puerta del templo el coche de la boda, que habían llenado de globos tendiendo a infinito. Mientras salían y no salían los novios, Alberto, el conductor, no hacía más que pedir una gorra, porque decía que no podía hacer de chófer sin una gorra de plato. Anduvo por allí armando preguntándole a todos los invitados: a mi padre le suspendió porque decía que como taxista, debería de tener alguna para dejarle; y al final se fue con la cabeza al aire, pero con las ganas de haberle quitado la boina al pobre Hipólito. Los novios al fin salieron de la iglesia, y les tuvimos que incrustar entre tanto globo para que pudieran entrar al coche. De allí partimos al Quijote a llenar el buche, siguiendo al coche de los novios que llevaba como cencerro tres o cuatro latas de aceite de motor, y Alberto a todo esto conduciendo sin manos para ir apartando los globos porque si no no veía... Bueno, pues llegamos al restaurante, y alguno dio la idea de quedarnos en la barra tomando el vermú, para encubrir a los que de mientras entraron a la sala del banquete a darnos el cambiazo con el menú (aunque para ello tuvieron que medio pegarse con los camareros). Menudos murmullos se armaron entre los invitados cuando entramos y vimos lo que se supone que nos esperaba para comer: que si criadillas, bellotas a la barbacoa, garbanzos con tajá, cangrejos del Yeltes, bollycaos... y todo ello rehogado con café de puchero, aguardiente y calimocho. ¡Fue todo un puntazo! Además que se lo curraron mucho mi confidente y la family, porque copiaron al pelo el logotipo del Quijote, y las tarjetillas parecían verdaderas. Hubo quién hasta después de estar comiendo los entremeses preguntó, todo convencida, que dónde estaban las criadillas. La comida siguió de lo más normal con el menú real (lo típico: embutidos ibéricos, fritos, langostinos...) hasta que llegó el momento del sorbete de limón: entonces toda la familia del novio nos levantamos indicados por sus hermanos, y alrededor de la mesa de los protagonistas armamos la de Dios: les sacamos dos paquetes de regalo, que al abrirlos resultaron ser unas pajitas personalizadas para tomar el sorbete. Ya podréis suponer a que me refiero con personalizadas, ¿no? Pues eso, que en la punta tenían de lo que podrían chupar cada uno sin pecar, ahora que estaban casados. Además el pack se completaba con unas oraciones enmarcadas que decían algo así como "Santa Macarena, que sea buena cocinera. Santa Dolorosa, que sea buena esposa. San Matías, que quiera hacerlo todos los días..." para él y "San Alejo, que no sea pendejo. San Nicanor, que sea trabajador. Santa Mariana, que sea bueno en la cama. San Norberto, que tenga buen instrumento..." para ella; y algún que otro condón de sabores para que lo gastaran esa noche (si es que conseguían entrar en casa). Entonces se dio uno de los momentos más graciosos de toda la jornada, cuando Fidel Ángel, el hijo de la Paqui, preguntó a su inocente y tierna edad que qué era aquello. Menuda cara se le quedó a la pobre mujer, que después de la sorpresa y la carcajada general (y algún comentario, como el de su madre Delfina cuando le dio un codazo mientras le decía "Ala, ahora se lo explicas"), consiguió salir del paso contándole que era "un globo". |
Después todos volvimos a nuestro sitios como buenos chicos que somos y seguimos con la comida (bueno, quizás tuvo algo que ver que ya venía el tostón, y no era plan de dejar que se enfriara). Aunque la verdad es que la tranquilidad duró poco rato. Cuando yo estaba dando buena cuenta de mi ración de marrano vino Manolito y me lió a salir junto a Pili y Esther para ir a buscar no se qué al coche. Para allí fuimos picados por la curiosidad, y al salir Manolo le pidió a la camarera que si podía entrar a la cocina a por una zanahoria para dárnosla cuando volviéramos, que a él se le había olvidado (menuda cara puso la mujer, ¡se quedo flipada!). Joder, y ya le valía al tío: sabiendo que tenía que ir a buscar algo ya podía haber aparcado más cerca, porque tenía el coche en el quinto infierno (y nosotros en manguitas de camisa porque iba a ser sólo entrar y salir... ¡Dios que frío!). Encima dejó el coche en una zona con barro, y casi volvemos hechos un Cristo para dentro... Bueno, la cosa es que al fin llegamos, y la sorpresa era un conejo que tenía metido en un cajón de madera, para regalárselo a los novios. Le hicimos la mudanza a una jaula de pájaro (no sé ni cómo pudo entrar el pobre animal por el agujero... allí a la fuerza porque era más ancho el bicho que el hueco) y lo fuimos a envolver en papel de regalo. Manolo sacó dos o tres pliegos, pero no tenía celo, así que hicimos un envoltorio de lo más rústico tapándolo por arriba, y arrugando las sobras en la parte de abajo (total, que al final no tapábamos nada). De esa guisa volvimos al restaurante, en donde la camarera nos esperaba con la zanahoria preparada. La envolvimos con el otro pliego que había sobrado y entramos al banquete. Entonces se volvió a reunir toda la audiencia alrededor de los novios, y empezaron a aparecer regalos de la nada: le dimos al novio nuestro paquete, mientras a la novia le dieron una caja grandísima. La abrió, y era un regalo trampa: había toda clase de cacharros para hacer bulto. Además de los típicos papeles, allí salió de todo... hasta bisagras o no se qué trastos enormes de chapa. Al fin llegó al fondo y encontró unas zanahorias (sí, parecía que al final Manolo no era el que se tenía que encargar de ellas. Pero bueno, sólo por ver la cara de la camarera mereció la pena pedirlas). Y allí se vieron los recién casados, uno con un conejo y la otra con unas zanahorias, para que pasara lo pasara, no les faltaran nunca. |