Fiestas de San Juan 2010 |
|
Día 26,
Sábado
A las 19:00 |
|
Pregón de fiestas a cargo de Doña Ángela Hernández
Benito, escritora natural de Bogajo |
|
"LA NOSTALGIA NO ES UN ERROR"
¡Buenas tardes bogajeños!
¡Buenas tardes "delicados"!
Quiero agradecer este encuentro con el pueblo de Bogajo, mi pueblo, a la
comisión corporativa del mismo, a su Ayuntamiento, con su alcalde José
Luis Herrero, sus concejales Emilio Moreno, Francisco Sánchez, Andrés
Agudo y María Teresa Rubio, a todos sus ciudadanos, presentes y
ausentes, a los que me siento vinculada por lazos de sangre, vecindad y
afecto, y especialmente a Emilio Moreno Notario, que fue el primer
contacto, el primer eslabón para que yo esté hoy con vosotros.
Bogajo es un pueblo recio y duro por sus condiciones de vida, por la
naturaleza de su tierra y por todas las circunstancias que
históricamente han ido conformando su idiosincrasia.
Todos los que hemos nacido en él, probablemente excluyendo la generación
de nuestros hijos y las siguientes, hemos supeditado siempre nuestra
opción personal a la del trabajo, unas labores agropecuarias durísimas
en los años que yo residí en este pueblo, y mucho más las que
correspondieron a la época de nuestros padres y abuelos. Tengo en la
mente la llegada de las fiestas de San Juan como un paréntesis liberador
en medio de las faenas de la recolección agrícola, la siega, cuando en
este pueblo no existían las cosechadoras ni siquiera en la imaginación.
Las fiestas del patrón, San Juan, en cuya pila bautismal nos hemos
bautizado todos los bogajeños, que comparte patronazgo con la virgen del
Peral, tan ligadas a los ceremonias religiosas en este pueblo, aunque
etnográficamente concebidas como ritos paganos, sobre todo las de San
Juan, ponen de manifiesto cada año, que sus gentes, a pesar del letargo
demográfico que sufre su territorio, tienen una presencia firme y
perseverante.
Si el solsticio de verano nos regala la noche más corta del año en la
noche de San Juan, y en muchos lugares se celebra con hogueras, una
costumbre cada vez más universal, tal vez por la contaminación de la
globalización, Bogajo, ajeno a tales eventualidades, permanece fiel a
los pequeños rituales que lo diferencian del resto, y que han ido
pasando de padres a hijos de una forma natural, y tan sutil, que si uno
se incorpora a la celebración de San Juan treinta años después, observa
con asombro que nada ha cambiado, que todo sigue su curso, que en el
desempeño de estas fiestas se continúa celebrando la "misa cantada" y su
ofertorio en honor a San Juan con la pompa correspondiente, que se
continúa sacando al santo en procesión, que los vecinos de Bogajo siguen
celebrando de puertas adentro la festividad con opulentas comidas, acaso
ya no sea "la machorra", es lo que tiene el desarrollo, como ya no hay
"hambre", ha incorporado otros platos y mucho más dispendio. Tal vez hoy
no haya corrida; en la época en la que yo vivía en este pueblo, la
plaza, formada por los carros de todos los vecinos que hacían de
talanqueras, constituía la guinda de la fiesta, y a los toreros, siempre
iba unido un espontáneo que saltaba a la plaza, el incombustible
maletilla Conrado "Puñales". Y aunque algunas cosas han ido quedando en
el camino, los "forasteros" siguen haciendo acto de presencia en estos
días, como lo hace la música, con los tamboriles como emblema, continúa
siendo imprescindible en una fiesta como ésta, no ha faltado nunca. En
mi época había baile en el salón de Eusebio, ahora en la plaza.
Esas son las fiestas de San Juan que yo he conservado frescas en mi
memoria, hasta tal punto, que para mí, las fiestas de San Juan, son
exclusivamente las de mi pueblo, Bogajo. De hecho, cuando he tenido
oportunidad de recogerlas bien sea en conversaciones informales o en el
ejercicio de mi profesión, lo he hecho con placer, como es el caso de la
cita que hago de ellas en mi última libro, claro está que en esta
ocasión ha sido un episodio de San Juan novelado.
Quiero decir con esto, que llevo al pueblo de Bogajo en mi corazón
siempre. Voy a apelar a la memoria para rendirle un pequeño homenaje a
mi padre, Chelís, toda una institución, al que siempre la gente le pedía
que cantara, y él, conociendo sus facultades, se hacía el remolón. Yo
era y sigo siendo "Angelita la de Chelís". Quiero recordar a mi abuela
Ángeles, a cuyas faldas viví pegada hasta que salí de Bogajo para
labrarme un futuro como lo habéis hecho tantos bogajeños; a mi hermano
Manolo que tuvo una vida corta pero lo suficientemente compensadora en
afectos, y eso es lo que cuenta.
El sentimiento de pertenencia a un pueblo va ligado siempre a sus
progenitores, como ocurre en mi caso. Purificación, mi madre, se
encuentra en la actualidad viviendo a seis kilómetros escasos de aquí,
en la Residencia de Mayores de Fuenteliante, y esa es una de las razones
por las que yo me siento vinculada a este pedazo de tierra. Mi hermano
Juan, aunque lejos de aquí, tengo la absoluta seguridad de que con el
pensamiento siempre está con vosotros; cuando dan comienzo sus
vacaciones es como si le pusieran un cohete, tarda en poner un pie en
Bogajo, lo que tarda en recorrer un vehículo quinientos kilómetros. Al
llegar a Bogajo, hasta las pequeñas dolencias se evaporan. Cuando era un
muchacho se subía al álamo más alto a buscar nidos, mientras nosotros,
los miembros de su familia, manteníamos la respiración hasta que bajaba
sano y salvo. Hoy, con la responsabilidad que dan los años, los
principios de cada uno y una postura personal ante la vida, se ha hecho
ecologista de corazón. Mi recuerdo para él, para mi cuñada Cristina y
mis sobrinas Miriam y Leire, pues aquí pasaron los veranos de su
infancia junto a mis hijos Eva y Ángel, que mantienen intacto el afecto
por este pedazo de tierra, Eva aún mantiene contacto con muchos de sus
amigos, "hijos del pueblo".
No quiero olvidarme de los vecinos de Bogajo que han fallecido este año
o a finales del pasado: Caqui, del que recuerdo con cariño su sonrisa y
su estatura, sorprendente en una persona de su generación; José Luis el
de la señora Fernanda, quien asumió su mala suerte con conformidad; Juan
Antonio Román, el marido de Aurora, resignado tanto tiempo a vivir entre
cuatro paredes pero con el cariño de todos; Luis Bravo, ligado siempre a
mi familia por el afecto; Cleto el hermano de Venancio, ya fallecido
también; Catalina Huebra, la madre de Tito el de Leandro, con quien mi
madre pasaba largos ratos en su compañía; Teresa, por la que a mí me
parecía que no pasaban los años cuando de tarde en tarde la veía; La
señora Isabel, la del señor Isidoro, a la que yo tenía cariño por
razones de vecindad entre otras cosas y que superó la centena de años.
Eustaquio Román, padre de una de mis primeras compañeras de
bachillerato, Marce, y mi primo Dany Herrero, hermano de Bárbara, que
nos ha dejado tan pronto. Vaya para todos ellos y para el resto de los
vecinos de Bogajo que ya no están con nosotros, mi recuerdo.
Yo no sé si el nombre de Bogajo procede de bacacula según la versión
latina, o de bugalho según la portuguesa, de bogallo según la gallega o
de bugalla según la celta; de eso sabe más José Bravo Román, que en su
estupenda tesis, el libro que lleva por título Bogajo, un pueblo con
historia, ha aclarado muchas cosas para la comprensión del origen,
naturaleza y características de nuestro pueblo y ha sembrado el deseo de
continuar en esa línea. Bueno, él y José Luis Herrero, que supongo que
habrá aportado documentación y Jesús Bravo Román, que con toda
seguridad, contribuyó generosamente a la confección del mismo.
Bien, pues yo, como no estoy atada a ningún tipo de análisis científico
ni histórico, me inclino por la versión sentimental, para mi, Bogajo
procede de bogallo, pero no en el sentido de la versión gallega, como
gajo de una parte, sino como excrescencia de los robles, los bogallos, y
su femenino bogallas con las que han jugado históricamente todos los
niños de este pueblo. Yo todavía recuerdo en el corral de nuestra casa
las boyadas de bogallas con sus terneros, los bogallos; unas, dentro de
empalizadas hechas con gamonas y otras, fuera, equiparándolas a las que
pastaban en el campo.
Hay cosas que no se olvidan nunca y que van unidas para siempre a Bogajo
¿quién no ha ido alguna vez a la "Peña Resbalina" a lanzarse como en un
tobogán?, ¿qué supone para los de mi generación la Fuente el Perenal o
la "Encina Arrengada"? Ahora probablemente se rían los más jóvenes, pero
hubo un tiempo en que la única diversión era pasear por la carretera de
la estación -los más jóvenes, sólo hasta la Fuente el Perenal-, donde
durante la época de la recolección se transformaba en una era
comunitaria en la que se trillaba con trillos de dientes o lascas, los
famosos trillos de Cantalejo, que hoy son prehistoria. ¿Y la "Peña el
Pico", quién no identifica el límite entre Bogajo y Villavieja con esta
peña? No quiero olvidarme de la fiesta de las "Madrinas" -las del "Niño"
para las solteras y las de la "Virgen" para las casadas-, con la subasta
del "Ramo y la Rosca", o la fiesta de los "Quintos" con la "Carrera de
gallos", preludio del servicio militar cuando era obligatorio, sin
olvidarme de la Semana Santa con su monumento en el lateral izquierdo de
la iglesia. "Salir a comer el hornazo", tomado por las pandillas de
muchachos y muchachas en las paneras y casas viejas que habían perdido
el uso, constituía una aventura y un respiro para las veleidades
amorosas de los adolescentes bogajeños. La Navidad, con su maravilloso
"Nacimiento" en la iglesia, era otra de las festividades punteras, nunca
he vuelto a ver un musgo tan fresco en el decorado de un "Belén"; otra
de las festividades que ha perdurado en mis recuerdos como un
espectáculo maravilloso es el del Corpus con las calles engalanadas, con
el pavimento lleno de tomillo despidiendo un aroma especial, que no sé
en qué lugar de mi cerebelo ha llevado mi pituitaria, pues a pesar de
los años y la distancia, juro que ha permanecido ahí, y tantas y tantas
actividades que van unidas a mi pueblo. Hay una que recuerdo
especialmente: el periplo que seguía la imagen de una Virgen, metida en
una hornacina de madera y cristal, iba de unas casas a otras; aquello
quedó también para siempre en un pequeño rincón de mi memoria. "Hay que
llevar la virgen", se decía cuando la imagen había agotado su estancia
en la casa -la nuestra era la Virgen de Fátima-, y acto seguido la
imagen iba a parar a su nuevo destino, en nuestro caso, la Virgen iba a
casa de Transi, a la que mi familia tiene un afecto especial.
Algo de lo que ha quedado atrapado en mi memoria, y que ya no podría
desligar, entre lo escuchado cientos de veces y la realidad vivida, es
un día de San Juan, en que los novillos o vacas -en este caso alguna
vaca muy brava de mi padre que iba a ser lidiada en la corrida-, se
escapó de la plaza sembrando el pánico entre los vecinos; lo que nadie
podía imaginar era el encontronazo de la vaca con los "Chupaligas", la
orquesta que se disponía a tocar por la noche. Los componentes de la
orquesta caminaban por la carretera y tuvieron que saltar tapias de
cercados y camuflarse entre matojos para despistar al animal.
Los juegos de las tabas, el castro y el "hinque" son los que más
recuerdo de aquel tiempo en el que yo era una niña, mientras los chicos
lo hacían con la peonza o jugaban a la palometa. Solía jugar con mi
prima Mary Rodríguez, con Consuelito Ríos, a ella, a su hermano Paco y a
sus padres, les tengo en mi corazón, jugaba también con Mary Marcos, la
de la señora Consuelo, con mi prima Trini y con Nati, que vivía con sus
tíos, a la que un día vi después de treinta años en Valladolid sintiendo
no haberla reconocido hasta que me lo indicó.
Entre las amigas y amigos, ya fueran de la quinta, que era el rasero
establecido, o de año por encima o por debajo de mi edad, están: mis
primos Juan José -Ché para los amigos-, y Mari, cuyas vidas y la mía
están no sólo ligadas por lazos de sangre, también por el afecto, igual
que sus hijos, Olga y Juanji, hijos de mi primo Juan José, así como
Jesús, Javi, Virginia y Rocío, hijos de Mary, a quien yo recurro
siempre, con el recuerdo de mis tíos Juan José y María Ángela, por
quienes yo sentía predilección. Un recuerdo para el esposo de mi prima,
Jesús de Castro y sus hermanos, Chanín, Higinio, Elisa, Yeya, y Caqui, y
en general para su familia, ligada por lazos de afecto a mi familia
paterna.
Mis primos Pedro y Paco Sánchez, que junto a sus padres, Josefa y Pedro,
son una parte importante de mi familia, así como mi prima Trini Martín,
que junto a Merce, sus hijos, sus padres y mi tía Mercedes forman
también parte de mi familia materna. Tere, Carmen y Nanchi, hijos de
Bárbara y Venancio, están ligados por lazos de sangre a mi familia como
también lo están mis primas Ali y Rosi, que junto a Bábara y al resto de
sus hermanos constituyen un vínculo indestructible a pesar del tiempo y
la distancia.
Un recuerdo para Guillermo Francia, la persona que en mi adolescencia
fue la más amiga y en la juventud la más íntegra, del que siempre admiré
su inteligencia y generosidad, él sabe por qué. Honoria, a la que yo
quiero especialmente, a ella y a su familia, con la que pasé unos días
de mi juventud en el Salto de Aldeadávila, a sus hermanos José Luis,
Rafa, Vicente y Conchita. Mary Cruz, a la que mi madre une nuestras
fechas de mi nacimiento, el día de Santa Cruz, y Luis Bravo, al que nada
se le ponía por delante en nuestra infancia y juventud, un "Atila"
temerario y noble a partes iguales, para él y sus hijos mi recuerdo como
también para Juan Bravo, su esposa Inés y sus hijos, con quien mi
hermano tiene una fraternal relación, para Manolo, para Paco, que ya no
está con nosotros, al que mi recuerdo une a la matanza del cerdo,
siempre echaba una mano a mis padres, para todos los hermanos, para su
madre Cari, y el recuerdo de su padre Luis, muy amigo de mis padres, una
familia que yo considero mía, va mi recuerdo. Otro sentimiento de afecto
va para Miguel, Araceli, para todos los hermanos del Arco Bravo en
general y en particular para Chuchi, que volvió a las raíces y enseñó a
mis hijos y a todos los niños del pueblo bailes regionales, para él y
para sus padres José y Araceli que han mantenido un vínculo con mi
familia. Para María, Isidoro, José, Jesús, todos los hermanos Bravo
Román, hijos de José Bravo y Fili, a los que yo quiero a través de sus
padres; otros Bravo, los de Madrid, para distinguirlos del resto, el
religioso José Luis Bravo y Jesús Bravo, Mary, Mary Lo y todos los
demás; los hijos de Mariano Bravo, que en la época de mi infancia
constituían un referente en la modernidad y todos sus hermanos -los
primeros pantalones vaqueros que llegaron a Bogajo fueron los que
vestían ellos-; lo mismo ocurría con los hermanos Manolo y Andrés, de
Salamanca, hijos de Manuela -amiga de mi madre-, un recuerdo para ellos,
se notaba que vivían en la ciudad; en el mismo caso se encontraban
Emilio Moreno Notario y sus hermanos Juan y Mari, los sobrinos de Juan
Agustín; se mirara como se mirara, ellos habían irrumpido en Bogajo con
aires nuevos. Guardo un especial afecto para Juan y Manuela, padres de
Emilio, con su madre hice mi primer año de prácticas en Magisterio, allá
por el año 1971 en Ciudad Rodrigo.
Recuerdo a Isidori y a Pepe Bravo, primos de los anteriores Bravo, a los
que no he vuelto a ver. Luis Encinas, colega de mi hermano Juan y el
resto de los hermanos, Cati, Matías -muy amigo de mi hermano Manolo-,
José Mari, Jesús y Juanjo, y el recuerdo de sus padres, Máximo y Luisa,
que yo considero de la familia. Isabel Cabero de quien yo admiraba la
destreza con que cogía manzanilla en el campo, toda su familia, Pepi,
Paco su padre, Manolo Cabero, íntimo amigo de mi padre, su madre y sus
tíos Agustín y Cleto; otra Isabel, Isabel Honorato y sus hermanas, las
de la plaza, muy queridas por mí; Jesús Notario, Juan, Raquel, y el
resto de los hermanos, hijos del señor Juan Manuel y Teresa, muy unidos
a la casa de mis padres por razones de vecindad y de afecto; Mary la del
señor Eusebio y sus hermanos, Paco, Chan y Joaquín; las hermanas
Isidora, Esmeralda y Dori, hijas de la señora Fernanda; Mi afecto para
Modesta Salvador -Tita para sus familiares-, para todos sus hermanos a
quienes yo recuerdo con cariño, de la dehesa de Campilduero; para Cari y
su hermano Ricardo García Juan, un "amigo especial" también de
Campilduero, lugar al que la leyenda atribuye un tesoro escondido, una
campana de oro, que ha de encontrarse "a punta de reja o a patada de
oveja". Recuerdo para Juan José y Nunci, hijos de la señora Eustoquia;
para Toñi Agudo y sus hermanos, Manolo y su esposa Loli, Isidro
-convertido en primo por su matrimonio con Merce-, Mª José, Isa y
Dolores, que procuró bienestar a mi madre antes de marchar a la
residencia; para Eduardo, el cartero de Bogajo durante mi infancia y
juventud y para toda su familia, va mi aprecio; Luis Marcos, el de la
señora Consuelo, presente muchas veces en nuestra casa familiar, Luis,
de amigo pasó a ser vecino, como el resto de sus hermanos, Mary,
Santiago, etc., con cuyos hijos jugaron los míos en su infancia, José,
el hermano invidente al que yo estuve visitando el día antes de su
muerte, fue también amigo de mi hermano Manolo. Marce, hija de Taquio,
con quien comencé mis estudios, que junto a Alejo, Mary Paz Honorato y
Guillermo Francia formamos el primer grupo que en el pueblo se preparaba
para los estudios secundarios, sin contar a mi primo Pepe Luis Acosta,
que ya estaba en la universidad y del que recibí mis primeras clases
particulares, Pepe Luis está siempre en mi memoria como lo están sus
tíos Julia y Emiliano, me lo recuerda siempre una parte de nuestro
huerto, que antes fue suyo, como también recuerdo a su tía Mica, vecina
de nuestra casa y a sus abuelos (en casa de la señora Luisa, mi madre,
aficionadísima a la lectura, leía en alto novelas para deleitar a su
abuela, al señor Ferino, a mi abuela Antonia..., luego comentaban el
capítulo, en realidad fue el primer libro forum del que tuve constancia
siendo muy niña). Mi recuerdo para Angelita Román y sus hermanos,
Florentina, Juanito y Joaquín; Rufi y Filo Román, Paula, Luis, Ángel,
Juan Antonio..., la simpatía es el denominador común de esta familia de
Rufina, a la que mi madre siempre recuerda como su vecina y al pater
familia, Toño, que ha pasado la barrera de los cien años en plena
lucidez. Recuerdo a Vicenta, la de la cuesta, y a todos sus hermanos,
Josefa, Santiago y Agustín, los hijos de la señora Catalina Fernández;
con los hijos de Santiago y Agustín formaron pandilla los míos durante
su adolescencia; un recuerdo especial para Pepe el de la señora Andrea,
que ya no está con nosotros, para Conchi y el resto de sus hermanas, muy
ligados a la casa de mis abuelos paternos Ángela y José María, y a mi
tía Socorro, con quien tuve mis desencuentros en los últimos años, a
pesar de lo cual no dejé de quererla.
Mi recuerdo para Teresa, la del señor Heraclio; para Feliciano, Candelas
y Colás Román; para Emiliano, con el que tuve amistad hasta su
fallecimiento, pues vivió en Valladolid; para Casimiro Perancho y sus
hermanos, Juana, Elías y Juan Antonio. Para la familia de María y Colás,
sus hijos Chan e Isidora, que tampoco están con nosotros, y su nieta
Carmen, que vive en Salamanca, a quien le tengo un afecto especial; mi
recuerdo para Conce, su esposo e sus hijos, María y Paco; para los hijos
de Pepe y Ángela, Pepe Paco, Angelita, etc., otra de las familias
emigradas; mi recuerdo para María Agudo, hija de Pedro y Paz, a la que
yo quiero especialmente, para sus hermanos Andrés Paz y Tere y para toda
su familia. Mi recuerdo también para sus primos, los hijos de la señora
Ramona, Manolo, Arturo, Eduardo, Ramoni y Merce con los que me une un
afecto de años. Toñi, la del herrero, y su hermana Rosaura; Pili, Juanma,
Samuel, y Tito, los hijos de la señora Rita; Tere, Gela y el resto de
los hermanos de la cuesta, hijos de Gaspar. Blanca y sus hermanos, hijos
de Margarita y José, los propietarios del primer bar que hubo en Bogajo,
en el sentido más mercantilista del término, fue una novedad en el
pueblo, hoy con el que más trato tengo es con Juanma, seguramente por su
afición a la lectura; Mary la del señor Baltasar y sus hermanos entre
los que se encuentra Marcelina -una amiga muy querida de mi madre-; los
hermanos Colás y Catalina, hijos de la señora Juana; Inés, Nati Román y
todos sus hermanos, aunque en los últimos años trato más con Margarita
por razones de proximidad, ella vive en Valladolid, así como su tío Fili.
Un recuerdo para Ramón, Miguel y Mariana cuya hija Mónica es amiga de la
mía y toda la familia de los panaderos; para los hijos de Manuela y
Bruno y su tío Ángel; para Sole, la de la señora Isabel, cuyas hijas
también son amigas de la mía; para su hermano Isidoro, que junto a su
esposa Inés y sus hijos también forman parte de mis afectos. Recuerdo a
Agustín Morales, del que he perdido el rastro como me ocurre con
Consuelo y Gildo, que vivían en la plaza y con Eladio y Pedro, de El
Zancado, de los que no he vuelto a saber nada; Pascual, el hijo Toño y
Teresa, amiga de mi madre; su primo Jorge y hermanos, hijos de Francisca
y Pascual; Candi Ventura, su esposo y sus hermanos, uno de ellos, Manolo
se ha convertido en primo por su matrimonio con Trini. Milagros, que fue
a vivir a Villavieja, la hija del tabernero, con quien me unió una gran
amistad. Recuerdo para Mª Jesús, hija de Jesús y Victoria, amiga de mi
madre– y para su hermana y las familias que éstas han formado. Otros
afectos renovados van para Tere, Marisi y Mari Jose, de Villavieja, las
sobrinas del cura de Bogajo, Don Sebastián, con Marisi me encuentro
regularmente en el supermercado en Valladolid y no hay día que no salga
a relucir el nombre de Bogajo. Guardo especial cariño a Rafael Sánchez y
su hermano al que conozco menos, los hijos de José Sánchez y Paquita; de
Rafael me ganó su proximidad y el afecto que me demostró cuando le
conocí, tanto es así, que conservo la nota de su dirección en la
servilleta del bar donde nos encontrábamos cuando la escribió, el bar
París, de Leandro, a quien recuerdo con cariño, a él y a Maruji,
incondicionales de mi hermano Manolo, como también lo fue José Manuel,
hijo de Encarna y Tasio, para él y sus hermanos, todo mi afecto.
Recuerdo, sobre todo con agradecimiento, a Genoveva y a los comerciantes
de Bogajo, ella me llevó más de una vez a Ciudad Rodrigo donde yo
estudiaba, en el coche recién adquirido y con el carnet recién
estrenado.
A todos estos amigos de la infancia y juventud así como a familiares, he
de añadir a Juan Andrés Corral, en cuya compañía mi madre pasaba largos
ratos; a su hermana y a su cuñado Jesús, el caminero, la persona más
interesada en la etnografía de Bogajo que yo he conocido; un día me dio
unos apuntes sobre lugares de Bogajo en los que él había investigado y
los conservo, a su hija Tere y la familia de ésta. Tengo un recuerdo
especial para Pepa Cruz, a quien mi madre se ha sentido muy ligada, no
tengo más que palabras de agradecimiento, a ella y a sus hijos, Juani y
Bene; a su hermano Bene y su esposa Carmen; recuerdo a la familia de la
señora Sofía, A Mariana y Visita de la señora Sofía, a su esposo Agustín
y a sus hijos, por los que mis padres sentían adoración; Mª Josefa
Encinas y su familia, a la que la mía aprecia especialmente; a Santiago
Martín, cuya invidencia no fue un obstáculo para que un día, tras muchos
años de ausencia en nuestras vidas, me reconociera por las pisadas,
llamándome por mi nombre, me quedé atónita ante aquel exceso de
inteligencia o de memoria (los primeros concursos de "Pasapalabra",
muchos años antes de que se popularizaran en televisión, ya los había
llevado a cabo Santiago con algunos de nosotros cuando éramos
adolescentes en el portal de Consuelito Ríos, mi afecto para él y sus
hijos, amigos de los míos; un recuerdo también para sus hermanos Jesús y
Carmen, hijos de la señora Genara; para Candelas, la sobrina de Conrado,
con cuyas hijas jugó la mía; para Ángel, hijo de Delfina y Manuel, a
quien tanto apreciamos en casa, para su esposa, su madre y hermanas; un
recuerdo para Manolo y su mujer Aguedita, que junto a sus hijos y padres
Águeda y Mateo, va mi cariño; para Isabel Mª, Daniel y sus hijos
Angelita, Dani y Manolo; para Juan Alonso y Paula; para Vidal y Mena,
ligados por lazos familiares; para Manuel y Visita, y para sus hijos;
para Milagros la de Candelas y Augusto; para Puri, la de El Zancado y
sus hermanos. Un recuerdo para los hijos de Juan José Hernández y
Águeda, para toda esa familia; para Valen; Enrique e Higinio y sus tías;
para los hijos de Ana Mª y Casimiro, de los que he perdido la pista,
otros de los emigrados del pueblo; para Adela, Manolo Puente y demás
hijos de Carmen y Claudio; para Ángel, Paco y Carlota de Pablos. Un
recuerdo para los hijos de Demetrio y Maruja; para Demetria y Cesáreo,
amigo de mi padre; para José Luis y Lorenzo, hijos de Antonio y
Feliciana; para Manolo Rivero y Gabi, que fue mi primera maestra de
Primaria; para los de Burgos, que antes eran "veraneantes" y ahora algún
miembro de su familia ha enraizado en Bogajo. Para los de María y
Ezequiel, para Joaquín y sus hermanos, ligados por lazos familiares;
para Tina Puente, que vive en la plaza; para los hijos de Antonio
Merchán y Filo; para Mariano Medina; para José Ángel y sus hermanos,
hijos de Teresa y Francisco. Un recuerdo para Matilde y Genaro, cuando
mi padre pasaba unos días en el Baldío, ellos le atendían con cariño;
para los nietos de la señora Victoria, Ana Mari y Ricardo; para la hija
de Pedro, para Prudencio, para los hijos de la señora Gerónima y el
señor Tomás, un recuerdo para María Sánchez, que fue mi modista, y sus
sobrinas; para Josefa Román Estévez y sus hermanos, y también para los
hijos del señor Martín, el sacerdote, su hermana Marcelina.... Mi afecto
para los hijos de Luis y Teresa, de quien mi madre estuvo muy cerca en
sus últimos años, para Colasa; para Joaquina, que ayudaba a mi familia a
hacer el queso; para Juan Carlos, el párroco de Bogajo; para Sara, que
con su industria quesera hace que el nombre de Bogajo se venda también;
para los hijos del señor Nemesio; para los de la señora Tomasa; para
Carmen, esposa de Andrés Merino y sus hijos; y para tantos otros, que
por ignorar aspectos de su vida o por la diferencia entre nuestras
edades he perdido el contacto.
En mi corazón estarán siempre las maestras de la escuela de Bogajo, Doña
Gabi, Rosario de Paz, hermana de Emilio, Pepita Juanes y mi admirada
Jovita, quien sembró en mí el deseo de conocer un nuevo mundo, el mundo
de la cultura, el que ahora precisamente tengo como profesión y le doy
las gracias; ahora como responsable de programación de un museo, la Casa
de José Zorrilla en Valladolid, siento que mucha parte de la
responsabilidad y la ilusión que necesito en el desempeño de mi quehacer
cultural, tuvo un germen que todas mis maestras pusieron en mí.
Por último, ligados a Bogajo están mi madre; el recuerdo de mi padre,
José Luis; el de mi hermano Manolo y el de mi abuela Ángeles, así como
el de mis abuelos paternos Ángela y José María, como lo está también el
recuerdo de mis tíos Juan José, Rufina, Antonia y Socorro, y no quiero
olvidarme de mi bisabuela Antonia (de La Atalaya), que también pasó
muchas temporadas en Bogajo. Ligados por el afecto, sobre todo, están
mis hijos, Eva y Ángel, quienes vivieron la mejor etapa de sus vidas en
este pueblo durante todos los veranos; ejercitaron los trabajos propios
del campo: trillar, cavar, recolectar patatas, sandías, ir a por las
vacas... Eva conserva muchos amigos de este pueblo, y ambos, Eva y
Ángel, además de disfrutar del ocio junto a sus abuelos y los bogajeños,
aprendieron el valor del trabajo, el esfuerzo y la responsabilidad. Por
último, ligados también a Bogajo están mi hermano Juan y sus hijas, mis
sobrinas Miriam y Leire, sobre todo Leire, que se erigió en directora de
teatro en los últimos veranos de su adolescencia, y mi cuñada Cristina,
a quien el pueblo, puede decirse que la ha adoptado.
Mi afecto para quien no esté plasmado en este alocución, la memoria
juega malas pasadas, pero tened seguro que en algún momento de mi vida
habéis estado o estaréis en mi recuerdo.
No sé cómo agradeceros este privilegio. ¡Miento!, sí sé cómo voy a
hacerlo, llevándoos siempre en mi corazón.
¡Viva las fiestas de San Juan!
¡Vivan los bogajeños!
¡Viva Bogajo!
Ángela Hernández Benito
Bogajo, 26 de junio de 2010
|